Dame un trabajo, abrázame por las noches, si estoy triste hazme reír como sea. Te necesito a ti para ordenarme los cajones de esta vida desamueblada. Pero no tengo paciencia, y tengo tantos miedos que si los contase podrían ser incluso estrellas en un cielo sin nubes. Soy uno de esos libros de bolsillo mal editados que se llenan de polvo en las estanterias de las casas. Créeme, no tengo salida, así que sólo queda que me saques volando, destruyendo el techo, intentando salvar todas las partes de mí posibles. Dame además tu cuerpo. No sé si hay en la vida algo más bonito que el hecho de que alguien se te regale, como si te asegurase que estará contigo para siempre. Quizá sea eso lo que necesite: una estabilidad más grande que mi torpeza. Porque ya hasta si sonrío la sonrisa se me cae de lado, al igual que si intentase bailar sin escuchar antes la música. Todo se cae a pedazos, y el mundo ni siquiera tiene la decencia de detenerse y esperar a que recoja los trozos. A fin de cuentas somos muy pequeños, y nuestros problemas parecen invisibles para aquellos que no nos miran a los ojos el tiempo suficiente. ¿Tratará de eso la vida?, de que te hagan grande desde adentro, y terminar un día siendo más alto que el fondo. Y no volver a tocarlo. Puedes intentarlo, trata de hacerme grande. Hoy me dormiré mirando el techo por si acaso.
En un mundo de grises
En un mundo de grises