El encaje de las cortinas vela celosamente el portal al dulce Edén, fruto maduro de la libertad. Escaparate de la realidad, camaleónico en segundos, variopinto e insustancial.
Fachada de chapa y pintura. Maquillaje en las heridas y en el corazón.
Y en el relicario de su escote la llave hacia su verdadera belleza.
Suspiros se deslizan y flotan como pompas de jabón hacia el escarpado y abrupto abismo de sus deseos, carbonizados en el fuego de su impaciencia y consumidos en la desesperación.
Su cara demacrada, deconstruída, fragmentada, mitad caricatura mitad máscara. Expresión deformada, entrada de presentación a una existencia igual de monstruosa, asimétrica, desintegrada y oscura.